Papeles Rojos

En el socialismo, a la izquierda

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septiembre 30, 2004

Clases sociales en Catalunya, Vicenç Navarro

Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra
publicado en El Periódico de Catalunya el 30/9/2004

Un elemento central de la sabiduría convencional de nuestro país es que Catalunya es un país en que la mayoría de la población es de clase media. A favor de estas tesis se presentan encuestas que muestran que la mayoría de la ciudadanía catalana se autodefine como de clase media. Una consecuencia de esta percepción es que términos tales como burguesía, pequeña burguesía y clase trabajadora, por ejemplo, han desaparecido prácticamente de nuestra cultura política y mediática.

Esta percepción que nutre nuestra sabiduría convencional choca, sin embargo, con la realidad que muestra que Catalunya está compuesta por clases sociales, incluyendo burguesía, pequeña burguesía, clase media profesional de renta alta, clase media de renta baja y clase trabajadora, dividida a su vez en cualificada y no cualificada.

La clase trabajadora y las clases medias de renta baja representan las clases populares. Según la encuesta metropolitana de Barcelona, la clase trabajadora representa el 70% de la población de la región metropolitana de Barcelona, que supone a su vez el 68% de la población catalana. Y la mayoría de esta clase se define como clase trabajadora.

El hecho de que en algunas encuestas la mayoría de la población se defina como perteneciente a la clase media se debe a que se pregunta, de una manera muy sesgada, si pertenecen a la clase alta, a la clase media o a la clase baja, con lo cual, la mayoría, como es lógico, responde que pertenece a la clase media.

La burguesía, pequeña burguesía y clase media de renta alta, representan el 30% de renta superior de la población de Catalunya y ejercen una enorme influencia en las instituciones mediáticas y políticas del país. Es el sector de la población que configura la sabiduría convencional, incluyendo la definición de Catalunya como un país de clases medias.

En esta sabiduría convencional el tema nacional identitario (redefiniendo lo que es Catalunya y su relación con España) es central. Toda la realidad que nos rodea (desde la Constitución europea a la interpretación de nuestra historia) se analiza en base a un prisma identitario. En esta sabiduría convencional se considera que los mayores problemas existentes en Catalunya se deben a la dilución de su carácter nacional y al desequilibrio de fuerzas con el resto de España.

Sin minimizar la importancia de estos temas, el hecho es que con excesiva frecuencia esta temática oculta otra mucho más importante que la anterior y sobre la cual hay un silencio casi ensordecedor en nuestro país. Me estoy refiriendo al enorme desequilibrio de poder que las distintas clases sociales tienen dentro de Catalunya, realidad que cuestiona y pone en duda que conseguir más recursos para Catalunya signifique, automáticamente, que vaya a haber más recursos para las clases populares de nuestro país.

La experiencia de los últimos años discute este supuesto. Tanto el desarrollo del tren de alta velocidad (AVE) como las políticas educativas del anterior Govern, por citar sólo dos ejemplos, son medidas que favorecen sistemáticamente más a unas clases sociales que a otras.

La Fundació Jaume Bofill acaba de publicar un estudio en el que se muestra cómo el modelo educativo catalán es uno de los más clasistas en España. Hasta el año pasado, el Govern de la Generalitat era el gobierno autonómico que más subvencionó a las escuelas privadas (donde van primordialmente los hijos del 30% de renta superior del país), a costa de uno de los gastos públicos por alumno en la escuela pública (donde van los hijos de las clases populares) más bajos de España (y de la Unión Europea de 15 estados, de antes de la ampliación).

No es de extrañar, por lo tanto, que el rendimiento académico de los primeros sea --como muestra el informe-- mucho mayor que el de los segundos. Catalunya --el país que según la sabiduría convencional no tiene clases sociales-- posee uno de los sistemas educativos más clasistas de la Unión Europea, reproduciendo una de las estructuras sociales más polarizadas de los Quince.

Esta polarización aparece también en otro dato: según las estadísticas de mortalidad publicadas por la Agencia de Salut Pública de Barcelona, un burgués vive en Catalunya 10 años más que un trabajador no cualificado, una de las mortalidades diferenciales por clase más elevadas en la Europa de los Quince, dato ignorado en la mayoría de los medios de información, incluyendo los públicos, de nuestro país.

Parecería que debido a la centralidad del tema identitario en tales medios es más importante el idioma que se utiliza en los certificados de defunción (así como en otros documentos oficiales) que el hecho de que la mortalidad diferencial entre las clases sociales en Catalunya sea de las más altas de la UE-15.

Todavía otro ejemplo de esta selectividad temática de clase en la sabiduría convencional de Catalunya es la falta de atención hacia la violencia laboral, lo que da como resultado que el nuestro sea uno de los países de la UE-15 con mayor número de muertes a causa de las pobres condiciones laborales de los trabajadores en situación precaria. Como consecuencia de la importante (aunque todavía insuficiente) corrección del desequilibrio del poder entre hombres y mujeres en nuestro país, un asunto que, con razón, ha adquirido gran trascendencia atención mediática es el de la violencia doméstica o machista. El número de fallecidos en el trabajo debido a condiciones laborales precarias arroja, sin embargo, una cifra cuatro veces mayor sin que ni siquiera se utilice el término de violencia laboral en la narrativa que define tal drama.

Un reto importante del nuevo Govern catalanista y de izquierdas debiera ser el de corregir este enorme desequilibrio de poder de clase existente dentro de Catalunya, que explica que sistemáticamente se dé más importancia a los temas identitarios que a los de vida cotidiana de las clases populares. Como parte de esta corrección, el nuevo Govern debiera también intentar redefinir y cuestionar la sabiduría convencional del país, tema en el que no contará con el apoyo de la mayoría de los medios de información y persuasión (incluyendo los públicos), que continuarán reproduciendo la sabiduría convencional que sentencia que somos un país de clases medias.


Rossana Rosanda: notas de una antiamericana


Rossana Rossanda es escritora italiana y cofundadora de Il Manifesto

'O estáis conmigo o estáis con Bin Laden', grita Bush mientras se prepara para castigar a Afganistán, talibán, no talibán y pueblo incluidos. Conozco el chantaje. No lo admito. No tomo partido por Bush y dejo que los necios deduzcan que estoy con Bin Laden. Me gustaría reflexionar sobre lo que ha sucedido, sobre lo que puede suceder y sobre lo que hay que hacer.

El 11 de septiembre no estalló una guerra. Las guerras comprometen a las naciones. Fue un acto terrorista y posee todos sus elementos característicos: la prioridad que se ha dado al símbolo, el golpe inesperado, la mano oculta, el cruce homicidio-suicidio, destinados a multiplicar el pánico. No todos los atentados de la historia son terroristas, pero éste sí: quien lo hizo conocía el blanco, las debilidades de su dominio desde el cielo, la segura amplificación de los medios de comunicación. Gracias a ellos, las Torres Gemelas han caído no una sino diez mil veces en las pantallas, ayudando a gritar 'es una guerra' y llamando a la guerra. Seguramente los terroristas lo habían tenido en cuenta.

No ha sido el apocalipsis. No en la acepción ingenua de devastación enorme: en los últimos diez años se han sucedido devastaciones más violentas. Pero no hemos definido como apocalipsis el de los 150.000 degollados en Argelia, el de los 700.000 tutsis asesinados por los hutus, el de las 300.000 personas asesinadas en Irak durante la operación Tormenta del Desierto y el medio millón de niños que mueren, se estima, por el embargo de los medicamentos. Y mucho menos los 35.000 muertos de Turquía y los 70.000 de India, en este mismo año 2001, aunque la especulación no es ajena a estas catástrofes. Entonces, ¿unas masacres pesan como montañas y otras como plumas? Si no es correcto valorar un acontecimiento sólo por el número de víctimas, tampoco es lícito valorarlo sólo por el golpe que se infiere a la idea de sí mismo que tiene aquel a quien se ha herido, en este caso Estados Unidos. Aún más siniestro es el recurso culto del Apocalipsis: enfrentamiento final entre la Bestia y el Cordero. El Bien somos nosotros y la Bestia son ellos. Así lo ha dicho Bush, y ha añadido: 'Dios está con nosotros'.

No ha sido un asalto del Islam contra el cristianismo, como se dijo en un primer momento (venerable contradicción, recuerda Bocca). Después nos retractamos azorados: no es el Islam, sino el fundamentalismo islámico el que golpea al Occidente cristiano. Pero el Islam es un océano y demostrar que tiene sus fundamentalismos es tan fácil como demostrar los del cristianismo y el judaísmo. Y, sin embargo, Ariel Sharon no es 'los judíos', Pío XII no fue 'los católicos' y ni siquiera el necio Bush es 'los norteamericanos', aunque hayan sido líderes designados de estas áreas. Mala polémica, confusión. En realidad, nada hace pensar que el ataque a las dos torres sea un ataque al cristianismo, dudo de que sea un ataque a la democracia, y desde luego no lo es al mundo de las mercancías y del comercio al que nadie se opone en el Islam, ni siquiera los talibán. Quien haya golpeado ha querido golpear la arrogancia de Estados Unidos en Oriente Próximo y poner en apuros a los Estados árabes aliados. No ha sido una venganza de los pobres. El Islam no habla de cuestión social, pero sin esto los pobres sólo pueden hacer un motín. El ataque a las dos torres es cualquier cosa menos un motín. No es de los pobres ni para los pobres la dirección de la Yihad, que atraviesa todo el Islam sin tener (todavía) un Estado propio y juega también con la desesperación, la ignorancia y la opresión de las masas cuyo consentimiento es necesario para las dictaduras árabes, obligando a estas últimas a tirar la piedra y esconder la mano. La Yihad es obra de potentados políticos y financieros que conocen el funcionamiento y los medios de Estados Unidos, y en este sentido, Osama Bin Laden, saudí, ex agente de la CIA, es un modelo. Procede de una familia que desde 1940 es el grupo más fuerte de construcciones y transportes de Arabia Saudí, pero participa en empresas de electricidad (en Riad y La Meca, en Chipre y Canadá), de petróleo, electrónica, importación y exportación, telecomunicaciones (Nortel y Motorola) y satélites (Iridium). La familia y Arabia Saudí despacharon a Osama con 2.000 millones de dólares que él gestiona en la Bolsa y en una infinidad de sociedades de su familia en paraísos fiscales. Y mantiene a las Organizaciones No Gubernamentales islámicas Relief y Blessed Relief. Éstos son 'ellos', la Bestia contra la que nos alzamos nosotros, el Bien. Son los que Estados Unidos creyó utilizar en Afganistán y en Oriente Próximo y que hoy se rebelan contra él. Es una lucha por el dominio en esa zona. No es uno de los problemas menores de Bush el que los saudíes sean el principal apoyo financiero de la Yihad, sino el que Arabia Saudí sea el país más intrínsecamente ligado a los intereses norteamericanos.

La verdadera pregunta es ¿por qué ahora? Hace diez años, la Yihad no era tan fuerte y hasta el pasado 11 de septiembre actuaba sólo en el interior del Islam, como ala ortodoxa contra las 'desviaciones', y Argelia es el ejemplo más sangriento. Mientras no le ha tocado, Occidente no se ha preocupado en absoluto, favoreciendo las relaciones empresariales, por muy asesinos o fundamentalistas que fueran los que poseen el gas para Europa, las armas frente a la Unión Soviética, o los que alimentaron un contencioso paquistaní contra la India. No se preocupó cuando en los últimos años, y a la vista de todos, fundamentalistas de cualquier procedencia iban a Afganistán a entrenarse.

Y en cambio se tenía que haber visto cómo la Yihad asumía grandes proporciones desde que Oriente Próximo dejó de estar a la vez paralizado y cubierto por las maniobras de disuasión de las dos superpotencias y sólo una quedó en el campo, Estados Unidos, que se convirtió en parte interesada, en animador y patrocinador de todos los conflictos del sector, por sus intereses inmediatos o por falta de comprensión de los procesos. Ni siquiera el agudo Noam Chomski recuerda que antes de 1989 habría sido impensable una guerra del Golfo. Y que a quien llamó a Estados Unidos a los Emiratos, hace tiempo que no le agrada que permanezca allí tan pesadamente. Al mundo árabe no le agrada que Estados Unidos exija a Irak que respete las resoluciones de la ONU, pero no se lo exija (y no haría falta una guerra) a Israel. La Yihad, en resumidas cuentas, creció al aproximarse a cualquier visión laica de rescate de esas poblaciones con la caída de la URSS y con la alianza a la vez accidental y leonina entre dirigentes árabes y el Pentágono. Nacionalismo, fundamentalismo e intereses muy concretos de algunos y desesperación de muchos han hecho de la Yihad la mezcla explosiva que es hoy.Las acciones y reacciones de Estados Unidos han abonado el terreno de cultivo, igual que lo aumentará la insensata reacción de Bush que hará pedazos a muchos en Afganistán, pero no a Bin Laden, y no se atreverá a invadirlo: los rusos le han explicado que no lo conseguiría. Pero bombardeará Kabul a diestro y siniestro y quizá, según su costumbre, Bagdad. Se ha equivocado aquel de nosotros que pensaba que la unificación capitalista hacía de Estados Unidos un imperio, aunque menos culto del que ya no le gustaba a Tácito, pero que habría sido objetivamente asimilador y mediador. Estados Unidos no es esto. Se mueve de forma todavía más arrogante que Francia o Inglaterra, que dividieron con un hacha la región, y más aún en tiempos que ofrecen a quien se siente humillado y ofendido los medios y los conocimientos para desestabilizar a quien le humilla o le ofende. No ha habido nada más estúpido que alimentar el terrorismo y pensar servirse de él. El terrorismo es inexpugnable y lo seguirá siendo hasta que pierda el consenso en su propio terreno. Pero desde luego no lo perderá mientras Bush bombardee Afganistán.

Es más, con esta acción, Estados Unidos perderá también el apoyo de los Estados árabes que hasta ahora eran amigos. La Liga Árabe ya ha empezado. Bush se sumerge en una guerra en la que se verá en apuros porque se lo ha prometido a sus conciudadanos, que en un 92% también la desean, pero no dividirá a los Estados árabes y aumentará el potencial de venganza de la Yihad. La única guerra que puede vencer es en su casa contra la tan aireada 'sociedad abierta': efecto fatal de las emergencias. Se expone a que le ataquen de nuevo, a no vencer en ningún sitio y a perder poco a poco el consenso que la sacudida del 11 de septiembre le ha dado. Hay errores sin remedio.

Se da cuenta Europa, que tanto le apoya como se mantiene a distancia, firma pactos perversos con la OTAN y después elucubra sobre el artículo 5, no quiere mandar a los soldados de reemplazo a las montañas afganas ni complicar las cosas con los musulmanes que tiene en casa, ni con el Mediterráneo, donde la Italia de la segunda república -dicho sea entre paréntesis- hace todavía menos política que la primera. Deberíamos darnos cuenta también nosotros, que nos encontramos de igual modo entre la espada y la pared, porque no hay ocasión que no sea buena para intentar masacrar la poca izquierda que queda. También nosotros tenemos nuestra parte de culpa, aunque sólo sea por omisión. Escribe Pintor que no nos esperábamos lo que ha ocurrido: es verdad. Pero no es una virtud. Como Estados Unidos, nos hemos mirado a nosotros mismos y no al mundo, donde, sin embargo, no había nada oculto.

Al cubrirnos con las cenizas de los comunismos hemos dejado de mirar a quien estaba atrapado en condiciones materiales más terribles que las nuestras. Tomemos a Palestina: un estado de confusión mental hace oscilar a la izquierda entre sentido de culpa hacia los judíos y coletazos de antisemitismo, y, como ha descubierto Manheimer, nos gustaría mucho que los palestinos dejaran de agitarse. Tal es el peso del fracaso de los socialismos reales que algunos de nosotros nos hemos persuadido de que no hay nada que hacer, hasta tal punto está el mal en el mundo y el mundo es del mal, mientras que otros se han hecho ilusiones sobre las virtudes revolucionarias de identidades arcaicas, que nos parecieron dignas de alabanza porque eran antimodernistas y todas se han encerrado en sí mismas, entre degeneraciones y parálisis. Ahora los acontecimientos nos pasan factura y hay que responder por lo que somos. No somos todos norteamericanos; yo por lo menos no lo soy. No aprecio los 'valores' del liberalismo económico que Estados Unidos impone, me duele el luto de sus ciudadanos, pero no me gusta que creyeran estar por encima de las consecuencias de lo que hace su país. Me llamarán antiamericana. Sí, lo soy, y me sorprende que duden tanto en serlo muchos amigos que antes lo eran más que yo.

Considero que Estados Unidos está haciendo una política imperialista que hiere a otras poblaciones y que se volverá contra él mismo: soy antiimperialista, otra palabra que me parece marcada con el sello del ostracismo.

La verdad es que somos débiles. Pero esto no es una excusa para decir no. Bush es un loco peligroso, no atacará a la Yihad, sino a mucha gente sin culpa, y empujará a Estados Unidos a vivir asediando al mundo y a ser asediado.

Antonio Gramsci, sindicatos y autogestión social

Emilio J. Corbière

Este trabajo se leyó y fue debatido en el 'Seminario sobre Antonio Gramsci', dirigido por la profesora Mabel Thwaites Rey, realizado en la Facultad de Ciencias Sociales de Buenos Aires, el 26 de septiembre de 2003.

En su ensayo La revolución italiana, Rossana Rossanda se preguntaba qué lectura de Gramsci tenía vigencia en nuestros días, la del político juvenil que planteaba la renovación del Partido Socialista en los años de la primera postguerra mundial, que buscaba en los consejos de fábrica de Turín, en aquel Turín Rojo de 1919 los elementos del poder obrero, del nuevo poder democrático, o la lectura del intelectual maduro de los Cuadernos de la cárcel, donde replanteaba la política marxista adaptada a la realidad de Italia, frente a la tiranía mussoliniana, la estructura de las clases sociales y el desarrollo de las fuerzas productivas.

'¿Qué nos sirve de Gramsci?', se preguntaba Rossana Rossanda desde las páginas de Il Manifesto, el 26 de abril de 1977. Respondía: 'Justamente aquello que, leído a través del tamiz del Partido Comunista, más lo atascaba. Aquello de Gramsci que falta en Lenin: lo específico del poder, y por lo tanto de la conquista del poder, en una sociedad productivamente avanzada y políticamente articulada y sedimentada en la cual, pues, el sistema como las relaciones de producción, se encuentra firmemente anclado en el amplio despliegue de las fuerzas productivas más susceptibles de integración, y como poder no se encuentra en un Palacio de Invierno que haya que tomar, sino que se establece en un Estado-gobierno que difunde y permea la sociedad, tendiente a convertirse en norma aceptada, llevando así sus avanzadas fortificadas más allá del frente inmediato y aparente del Estado'.

Años después, Perry Anderson en su obra Las antinomias de Antonio Gramsci - Estado y revolución, se formula idénticos interrogantes sobre la obra del mártir antifascista italiano y al recordar la 'admiración tan ecuménica', sobre Gramsci dice que tenía como precio una presunta ambigüedad en las 'interpretaciones múltiples e incompatibles de los temas de los Cuadernos de la cárcel'. Recuerda Anderson la particularidad dramática del trabajo de Gramsci en sus años de cárcel -la última década de su vida jaqueado por la prisión, los sufrimientos físicos y espirituales, el alejamiento de su familia y de sus camaradas, sus choques con las directivas del estalinismo durante el llamado 'tercer período', es decir su lucha contra todas las infravalorizaciones de todos los tipos de sectarismo- y particularmente sus condiciones para escribir en cautiverio donde un censor fascista escudriñaba en todo lo que producía. Y por eso el disfraz voluntario que Gramsci asumió para eludir a sus carceleros. Un disfraz parecido, pero mas terrible, que el que utilizó con inteligencia el gran Jorge Plejanov en los años de la censura zarista cuando publicó su obra La concepción materialista de la historia bajo el título disfrazado de 'La concepción monista de la historia', para escapar de la estupidez de los censores.

Pero frente a estos interrogantes y también, a algunos intentos por separar al Gramsci político del intelectual, preferenciando a uno y, a veces, oponiéndolos, de acuerdo al gusto o mejor dicho al mal gusto de algunos actores, hoy la obra del revolucionario italiano ha sido restaurada, y no solo se trata de una restauración filológica sino también teórica.

Después de su muerte, como se sabe, se fueron publicando sus trabajos a partir de la Liberación. Sus Cuadernos de la cárcel fueron conocidos como ediciones temáticas, preparadas por Palmiro Togliati. Los diversos editores los agruparon en textos de apariencia unitaria: Literatura y vida nacional; Nota sobre Maquiavelo. Sobre la política y sobre el Estado moderno; El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce y varios otros. Esto permitió la divulgación masiva del pensamiento gramsciano, al que se agregaron algunas compilaciones sobre la obra anterior a su encarcelamiento, principalmente sus escritos de L'Ordine Nuovo.

Valentino Gerratana se empeñó en ofrecer los estudios de Gramsci en la forma cronológica que fueron realmente escritos, evitando una agrupación temática que el autor nunca había pretendido, por consiguiente, con la apariencia de libros unitarios que las ediciones anteriores proporcionaban. Gerratana señalaba: 'Pienso que es posible afirmar que lo que exteriormente se presenta como una obra de restauración filológica en realidad abre la vía a una verdadera restauración teórica: en el sentido de que ofrece la posibilidad de recuperar una dimensión esencial del pensamiento gramsciano, dejada inevitablemente en la sombra, aunque no del todo sacrificada, en las ediciones precedentes'.

Y es aquí donde Gerratana abordó una de las claves de algunos malentendidos sobre la obra de Gramsci. Los títulos elegidos para difundir sus Cuadernos de la cárcel por los diversos editores entre 1947 y mediados de los años setenta, cuando comienza a difundirse la edición definitiva de los Cuadernos, alimentaron la leyenda de un Gramsci 'maestro de estudios' que sufrió el martirio de la cárcel y pudo, sin embargo, a pesar de su aislamiento, ofrecer preciosas contribuciones al progresivo desarrollo de las diversas tradiciones humanísticas.

En cambio, aparece claramente, a partir de la recopilación de Gerratana, la unidad que antes podía ser escindida: el líder político y el 'maestro de estudios' que son la misma cosa y no actividad y productos intelectuales contrapuestos.

Cuadernos de la cárcel

Pero si hay una unidad dialéctica en sus Cuadernos de la cárcel -aun cuando se puedan establecer diversos momentos de elaboración y reelaboración, entre 1928 y 1935- también existe en Gramsci una admirable unidad de pensamiento y actividad política entre su obra anterior -sus escritos juveniles, sus trabajos como dirigente comunista- con la obra escrita en la cárcel.

Y esta afirmación no es una manifestación de voluntarismo. Hay dos constantes en Gramsci. La primera es su firme concepción revolucionaria, es decir no reformista. Es preciso no perder de vista ni un instante lo que Gramsci jamás puso en duda: que la revolución socialista significa el cambio del poder a favor de las clases oprimidas y el despliegue de una nueva sociedad distinta de la del capitalismo. Todos los esfuerzos de Gramsci están encaminados -siguiendo este eje central- a encontrar las razones de la derrota de la revolución en la Europa de los años veinte y la vía por la que los trabajadores han de avanzar en lo sucesivo para realizar su misión histórica.

Por eso Gramsci desarrolla el concepto de hegemonía y, desprendiéndose de éste el de la estrategia revolucionaria que deberán seguir la clase obrera y todas las clases oprimidas para conquistar, en realidad para crear un nuevo poder político desde la sociedad.

Entonces entramos a la segunda constante del pensamiento gramsciano: su análisis e investigación crítica del proceso involutivo -el triunfo del fascismo- y a la vez la necesidad de establecer las coordenadas necesarias para superar la situación de crisis. La crisis de la hegemonía burguesa, en la que se inscribe el fenómeno fascista, no traerá, según Gramsci, necesariamente, una nueva sociedad. Era preciso, enfatizaba Gramsci, construir las condiciones de una nueva hegemonía, sólo así las clases subalternas crearían una alternativa a lo establecido.

Este fue el significado profundo de la lucha que mantuvo Gramsci desde el período de la posguerra con L'Ordine Nuovo al enfrentar el marxismo vulgar y el economicismo mecanicista, particularmente las corrientes ultraizquierdista y el verbalismo revolucionario del bordiguismo.

Gramsci fue un intelectual revolucionario, no un mero académico. Para él el problema de las organizaciones y de la organización de la clase trabajadora atraviesa centralmente todo su pensamiento. La organización no se plantea ya como un instrumento de reclutamiento y selección, tampoco con el grupo de especialistas que dirigen a las masas, sino como el príncipe moderno, el intelectual orgánico, organización a través de la cual la clase trabajadora pone en pie su propia emancipación. En este sentido el partido y los sindicatos, cumplen, a juicio de Gramsci, un papel fundamental en el proceso revolucionario. Aparece también el concepto de 'bloque nacional-popular', de alianzas dirigidas a establecer necesariamente las nuevas formas sociales de la hegemonía. Esto visto a través de la propia realidad italiana, principalmente con su elaboración sobre La cuestión meridional, y de cuyo pensamiento luminoso podemos extraer importantes elaboraciones para la revolución no solo en Occidente sino en los países del Tercer Mundo.

¿A que apunta el príncipe moderno, el intelectual orgánico? Gramsci responde: a buscar la relación entre la organización y las masas como una relación entre educadores y educados que se invierte dinámicamente (y constantemente), el papel de los intelectuales -y, por tanto, de los especialistas- en el seno del intelectual orgánico, la conquista y transformación de los aparatos del Estado para crear las condiciones de esa nueva hegemonía, la creación, la conquista y transformación de los aparatos de la sociedad civil.

El autogobierno de los trabajadores

Es aquí, en los Cuadernos de la cárcel, donde aparece, nuevamente, la idea central de Gramsci, como lo recuerda acertadamente Nicola Badaloni desde las páginas de Rinascitá: el autogobierno de los trabajadores, la autodeterminación de los trabajadores, de los oprimidos, como una nueva forma de ejercicio del poder, en realidad un contrapoder. Esta nueva forma constituye el embrión y el proyecto de la sociedad futura, estableciendo así una continuidad entre el presente y el futuro que sitúa el problema en horizontes que van más allá de la productividad o del sistema de planificación. La cuestión central es la de la transición al socialismo, a las nuevas formas democráticas, y particularmente, de nueva sociedad, con sus cambios técnico-económicos y culturales. Es la búsqueda, como hizo Marx, de desalienar a los oprimidos, romper con los fetiches de la alienación.

El partido y el sindicato en Gramsci, dentro de lo que él denomina guerra de posiciones -es decir lo contrario a la ofensiva frontal, la guerra de maniobras- implica un serio debate -en cada país, en cada nación- sobre el problema de la hegemonía de las clases subalternas y la formación de un nuevo bloque histórico. Implica cómo llevar adelante esa política, la puesta en práctica de ese nuevo bloque. La búsqueda correcta de alianzas de clase, la teorización de la fase actual del capitalismo imperialista y de las contradicciones específicas engendradas por el desarrollo desigual.

El rol del sindicato, para Gramsci, como expresión básica de los trabajadores, está preferenciado en su obra, a pesar de que los autores, en general, lo han ignorado. Entre nosotros, en un breve ensayo titulado El control obrero y el problema de la organización, aparecido en la revista Pasado y Presente (segunda época, julio/diciembre de 1973) se acerca al problema aunque centrado en la época 'consejista' de Gramsci, la etapa del Turín Rojo de 1919 y de L'Ordine Nuovo.

La elaboración de Gramsci sobre el papel de los sindicatos no era fácil ya que chocaba con dos murallas. Una levantada por el viejo socialismo reformista que limitaba la presencia sindical dentro del partido, o, en el caso laborista, por el contrario, la elevaba de tal manera que escindía en los hechos la interrelación necesaria entre los sindicatos-sociedad y el partido político-poder. Esta situación se había profundizado a principios de siglo con el surgimiento de la corriente del llamado sindicalismo revolucionario, inspirado por Sorel y Arturo Labriola, que devino en los hechos en una suerte de reformismo apoliticista sin horizontes. Por el contrario, los 'maximalistas', primero, y luego los comunistas de la etapa leninista, tendían a menospreciar el rol del sindicato, pretendiéndolo subsumir en el partido, como apéndice del partido revolucionario.

Sindicatos y consejos obreros

Uno de los grandes aportes de Gramsci, fue el de restituir el significado del sindicato, de los consejos obreros y del poder sindical en general, en el marco de la lucha por una nueva hegemonía revolucionaria, por la nueva sociedad.

Para Gramsci era indispensable que los trabajadores organizados sindicalmente trascendieran el ghetto sindical y se transformaran en clase nacional, asumiendo a la Nación en su conjunto y bajo su hegemonía y dirección política.

No es cierto que Gramsci no se detuviera en la cuestión sindical, como afirma Nanni Ricordi. Por el contrario, son decenas de artículos los referidos al problema sindical los que publicó en L'Ordine Nuovo, a los que deben agregarse las Tesis de Lyon, durante el III Congreso del Partido Comunista Italiano, en 1926; y particularmente la resolución propuesta por el Comité Central al II Congreso del PC de Italia celebrado en Roma entre el 20 y el 24 de marzo de 1922, que Gramsci escribió en colaboración con Angelo Tasca. En los Cuadernos de la cárcel, la idea aparece perfeccionada en la reflexión sobre la sociedad y el autogobierno de los trabajadores como una nueva forma de ejercicio del poder, según ya expresé anteriormente.

Es así que los Consejos Obreros aparecen relacionados íntimamente con el funcionamiento del sindicato y por lo tanto Gramsci lo toma como un dato irrefutable de la experiencia histórica del proletariado.

Gramsci sostiene en L'Ordine Nuovo del 4 de marzo de 1921: 'Siempre hemos visto en el problema sindical, en el problema de la organización de las grandes masas, en el problema de la selección del personal dirigente de esta organización, el problema central del movimiento revolucionario moderno'.

Gramsci se opuso tenazmente, después de la división del Partido Socialista y surgimiento del Partido Comunista Italiano, a la creación de 'sindicatos rojos'. Sostuvo, infructuosamente, la necesidad de la unidad de acción, la reclama en la Tesis de Roma en 1922 y en la Tesis de Lyon en 1926, y lo reitera en su fundamental ensayo La cuestión meridional que estaba planteada por la división del país en dos regiones económica, social y culturalmente heterogéneas, el Norte industrial y el Sur agrario-latifundista. La función hegemónica debía partir de esta realidad socioeconómica. El punto de vista gramsciano arranca de dos suposiciones: la búsqueda de la unidad de los trabajadores (y por lo tanto de las alianzas entre el proletariado y otros estratos sociales) y la necesidad del trabajo de masas.

Esta fue la lucha de Gramsci -como la de Lenin- contra la llamada 'extrema izquierda'. Gramsci afirma en L'Unitá del 24 de febrero de 1926 que la 'extrema izquierda se contrapone netamente al leninismo: el leninismo sostiene que el partido guía a la clase a través de las organizaciones de masas y sostiene por tanto como una de las tareas esenciales del partido es el desarrollo de la organización de masas; en cambio, para la extrema izquierda este problema no existe y se atribuyen al partido tales funciones que pueden llevar por una parte a las peores catástrofes y por otra a los aventurerismos más peligrosos'.

Consejos y sindicatos aparecen en Gramsci como expresiones fundamentales de los trabajadores en la construcción del nuevo poder. Los Consejos, entendidos por Gramsci en una doble acepción: como instrumento de poder y democracia proletaria en formación, organismo del nuevo estado obrero en un período preinsurreccional y de un potencial dualismo de poderes (como en 1917-1920), y paralelamente como instrumentos de la democracia obrera y de control -desde la fábrica o empresa- del sindicato mismo.

septiembre 28, 2004

Patrice Lumumba, discurso de independencia del Congo

Pronunciado en la ceremonia de independencia del Congo, 1960, en presencia del rey de Bélgica. Según se dice, supuso la sentencia de muerte para Lumumba, que fue asesinado en 1961.

Vuestra Majestad,
Excelencias, señoras y señores,
hombres y mujeres congoleses,
luchadores de la independencia, que hoy sois victoriosos,
os saludo en nombre del gobierno congolés.

Os pido a todos, amigos míos que habéis luchado incesantemente a nuestro lado, que este trece de junio de 1960 sea conservado como una fecha grabada indeleblemente en vuestros corazones, una fecha cuyo significado enseñaréis con orgullo a vuestros hijos, para que ellos, a su vez, transmitan a sus hijos y a sus nietos la historia gloriosa de nuestra lucha por la libertad.

Porque si bien la independencia del Congo es celebrada hoy con el acuerdo de Bélgica, una nación amiga con la cual estamos en pie de igualdad, ningún congolés digno de ese nombre podrá olvidar jamás que fue con la lucha que ganamos la independencia, con una continua y prolongada, ardiente e idealista lucha, en la cual no ahorramos nuestra fuerza ni nuestras privaciones, nuestros sufrimientos ni nuestra sangre.

De esta lucha de lágrimas, fuego y sangre estamos orgullosos hasta las raíces más profundas de nuestro ser porque fue una lucha noble y justa, absolutamente necesaria para acabar con la infamante esclavitud que nos fue impuesta por la fuerza.

Este fue nuestro destino durante los ochenta años de gobierno colonial; nuestras heridas están aún demasiado frescas y son todavía muy dolorosas para permitirnos borrarlas de nuestra memoria.

Conocimos el trabajo deslomador que se nos exigía la cambio de salarios que no nos permitían satisfacer nuestra hambre, vestirnos o alojamos decentemente, ni criar a nuestros niños como las amadas criaturas que son.

Conocimos la burla, los insultos, los golpes, sometidos mañana, tarde y noche, porque éramos negros. ¿Quién olvidará que a un negro se le dirigía la palabra con términos familiares no por cierto como a un amigo, sino porque las formas más corteses estaban reservadas a los blancos?

Conocimos la expoliación de nuestras tierras en nombre de supuestos textos legales que en realidad solo reconocían el derecho del más fuerte.

Conocimos que la ley no era nunca la misma, se tratase de un blanco o de un negro; que era benévola con uno, cruel e inhumana con el otro.

Conocimos el atroz sufrimiento de aquellos que fueron encarcelados por sus opiniones políticas o sus creencias religiosas; exiliados en su propio país, su destino fue peor que la misma muerte.

Conocimos que en las ciudades donde había magnificas casas para los blancos y chozas destartaladas para los negros, que los negros no eran admitidos en los cines o restaurantes, que no podían entrar en los negocios llamados "europeos", que, cuando un negro viajaba, era en la bodega más baja del barco, a los pies del blanco acomodado en su cabina de lujo.

Y, finalmente, ¿quién olvidará los ahorcamientos, o las escuadras incendiarias, por las que perecieron tantos de nuestros hermanos, o las celdas donde eran brutalmente arrojados aquellos que escapaban de las balas de los soldados, esos soldados que los colonialistas convirtieron en instrumento de su dominación?

Todo esto, hermanos, nos ha hecho sufrir profundamente.

Pero todo esto, sin embargo, nosotros, que por el voto de vuestros representantes electos debemos guiar a nuestro amado país, nosotros que sufrimos en nuestra carne y en nuestro corazón la opresión colonialista nosotros os decimos: todo esto ha terminado desde hoy.

La República del Congo ha sido proclamada y nuestro amado país está ahora en manos de sus propios hijos.

Juntos, hermanos míos, comenzaremos otra lucha una lucha sublime, que llevará a nuestro país a la paz, a la prosperidad y la grandeza.

Juntos estableceremos la justicia social y aseguraremos a cada hombre la justa remuneración por su trabajo.

Enseñaremos al mundo lo que el negro puede hacer cuando trabaja en libertad, y convertiremos al Congo el centro de África.

Vigilaremos que las tierras de nuestra nación beneficien realmente a los hijos de nuestra nación.
Reexaminaremos las leyes anteriores, y haremos otras, justas y nobles.
Terminaremos con la supresión del libre pensamiento, y haremos que todos los ciudadanos puedan disfrutar totalmente de las libertades fundamentales establecidas en la Declaración de los Derechos del Hombre.

Suprimiremos la discriminación -cualquiera sea- y otorgaremos a cada individuo el justo lugar a que le da derecho su dignidad humana, su trabajo y su devoción hacia su país.

Y para todo esto, amados compatriotas, podéis estar seguros de que contaremos, no solo con nuestras enormes fuerzas e inmensas riquezas, sino también con la asistencia de numerosos países extranjeros cuya colaboración aceptaremos mientras sea honesta y no intente imponernos ningún sistema político, cualquiera que sea éste.

En este terreno, aun Bélgica, que comprendiendo finalmente el sentido y dirección de la historia cesó de oponerse a nuestra independencia, está dispuesta a brindarnos su ayuda y amistad; hemos firmado, a este efecto, un tratado como dos países iguales e independientes. Estoy seguro de que esta cooperación será provechosa para ambos países. Por nuestra parte, y aun cuando sigamos vigilando, sabremos cómo respetar los compromisos contraídos libremente.

Así, en los asuntos internos como en los exteriores, el nuevo Congo que mi gobierno creará será un país rico, libre y próspero. Pero para llegar pronto a este objetivo, os pediré, legisladores y ciudadanos congoleses, que me ayudéis con todas vuestras posibilidades.

Os pido que olvidéis vuestras disputas tribales que consumen nuestras energías, y que arriesgan convertirnos en el objeto de desprecio de las demás naciones.

Pido a la minoría parlamentaria que ayude a mi gobierno mediante una oposición constructiva, y que permanezca dentro de los límites estrictos de la legalidad y la democracia.

Os pido a todos que no exijáis de un día para otro aumentos desconsiderados de salarios, antes de que pueda poner en marcha un plan general mediante el cual espero asegurar la prosperidad de la nación.

Os pido que no evitéis ningún sacrificio para asegurar el triunfo de nuestra magnífica empresa.

Os pido, por fin, que respetéis incondicionalmente la vida y la propiedad de vuestros conciudadanos, y la de los extranjeros establecidos en nuestro país. Si el comportamiento de estos extranjeros dejara a veces algo que desear, nuestra justicia se apresurará a echarlos del territorio de la República; si, por el contrario, su conducta es satisfactoria, no se los molestará porque también trabajan para la prosperidad de nuestro país.

Y esto, mis hermanos de raza, mis hermanos en el conflicto, mis compatriotas, es lo que yo quería decimos en nombre del gobierno, en este magnífico día de nuestra independencia soberana y completa.

Nuestro gobierno -fuerte, nacional, popular- será la salvación de este país.

¡Honremos a los Campeones de la Libertad Nacional! ¡ Viva el Congo Independiente y Soberano!

Contra el burocratismo, Ernesto "Che" Guevara

publicado en la revista Cuba Socialista
La Habana, 1963

Nuestra Revolución fue, en esencia, el producto de un movimiento guerrillero que inició la lucha armada contra la tiranía y la cristalizó en la toma del poder. Los primeros pasos como Estado Revolucionario, así como toda la primitiva época de nuestra gestión en el gobierno, estaban fuertemente teñidos de los elementos fundamentales de la táctica guerrillera como forma de administración estatal. El "guerrillerismo" repetía la experiencia de la lucha armada de las sierras y los campos de Cuba en las distintas organizaciones administrativas y de masas, y se traducía en que solamente las grandes consignas revolucionarias eran seguidas (y muchas veces interpretadas en distintas maneras) por los organismos de la administración y de la sociedad en general. La forma de resolver los problemas concretos estaba sujeta al libre arbitrio de cada uno de los dirigentes.

Por ocupar todo el complejo aparato de la sociedad, los campos de acción de las "guerrillas administrativas" chocaban entre sí, produciéndose continuos roces, órdenes y contraórdenes, distintas interpretaciones de las leyes, que llegaban, en algunos casos, a la réplica contra las mismas por parte de organismos que establecían sus propios dictados en forma de decretos, haciendo caso omiso del aparato central de dirección. Después de un a o de dolorosas experiencias llegamos a la conclusión de que era imprescindible modificar totalmente nuestro estilo de trabajo y volver a organizar el aparato estatal de un modo racional, utilizando las técnicas de la planificación conocidas en los hermanos países socialistas.

Como contra medida, se empezaron a organizar los fuertes aparatos burocráticos que caracterizan esta primera época de construcción de nuestro Estado socialista, pero el bandazo fue demasiado grande y toda una serie de organismos, entre los que se incluye el Ministerio de Industrias, iniciaron una política de centralización operativa, frenando exageradamente la iniciativa de los administradores. Este concepto centralizador se explica por la escasez de cuadros medios y el espíritu anárquico anterior, lo que obligaba a un celo enorme en las exigencias de cumplimiento de las directivas. Paralelamente, la falta de aparatos de control adecuados hacía difícil la correcta localización a tiempo de las fallas administrativas, lo que amparaba el uso de la "libreta". De esta manera, los cuadros más conscientes y los más tímidos frenaban sus impulsos para atemperarlos a la marcha del lento engranaje de la administración, mientras otros campeaban todavía por sus respetos, sin sentirse obligados a acatar autoridad alguna, obligando a nuevas medidas de control que paralizaran su actividad. Así comienza a padecer nuestra Revolución el mal llamado burocratismo.

El burocratismo, evidentemente, no nace con la sociedad socialista ni es un componente obligado de ella. La burocracia estatal existía en la época de los regímenes burgueses con su cortejo de prebendas y de lacayismo, ya que a la sombra del presupuesto medraba un gran número de aprovechados que constituían la "corte" del político de turno. En una sociedad capitalista, donde todo el aparato del Estado está puesto al servicio de la burguesía, su importancia como órgano dirigente es muy peque a y lo fundamental resulta hacerlo lo suficientemente permeable como para permitir el tránsito de los aprovechados y lo suficientemente hermético como para apresar en sus mallas al pueblo.

Dado el peso de los "pecados originales" yacentes en los antiguos aparatos administrativos y las situaciones creadas con posterioridad al triunfo de la Revolución, el mal del burocratismo comenzó a desarrollarse con fuerza. Si fuéramos a buscar sus raíces en el momento actual, agregaríamos a causas viejas nuevas motivaciones, encontrando tres razones fundamentales.

Una de ellas es la falta de motor interno. Con esto queremos decir, la falta de interés del individuo por rendir su servicio al Estado y por superar una situación dada. Se basa en una falta de conciencia revolucionaria o, en todo caso, en el conformismo frente a lo que anda mal.

Se puede establecer una relación directa y obvia entre la falta de motor interno y la falta de interés por resolver los problemas. En este caso, ya sea que esta falla del motor ideológico se produzca por una carencia absoluta de convicción o por cierta dosis de desesperación frente a problemas repetidos que no se pueden resolver, el individuo, o grupo de individuos, se refugian en el burocratismo, llenan papeles, salvan su responsabilidad y establecen la defensa escrita para seguir vegetando o para defenderse de la irresponsabilidad de otros.

Otra causa es la falta de organización. Al pretender destruir el "guerrillerismo" sin tener la suficiente experiencia administrativa, se producen disloques, cuellos de botellas, que frenan innecesariamente el flujo de las informaciones de las bases y de las instrucciones u órdenes demanadas de los aparatos centrales. A veces éstas, o aquellas, toman rumbos extraviados y, otras, se traducen en indicaciones mal vertidas, disparatadas, que contribuyen más a la distorsión.

La falta de organización tiene como característica fundamental la falla en los métodos para encarar una situación dada. Ejemplos podemos ver en los Ministerios, cuando se quiere resolver problemas a otros niveles que el adecuado o cuando éstos se tratan por vías falsas y se pierden en el laberinto de los papeles. El burocratismo es la cadena del tipo de funcionario que quiere resolver de cualquier manera sus problemas, chocando una y otra vez contra el orden establecido, sin dar con la solución. Es frecuente observar cómo la única salida encontrada por un buen número de funcionarios es el solicitar más personal para realizar una tarea cuya fácil solución sólo exige un poco de lógica, creando nuevas causas para el papeleo innecesario.

No debemos nunca olvidar, para hacer una sana autocrítica, que la dirección económica de la Revolución es la responsable de la mayoría de los males burocráticos: los aparatos estatales no se desarrollaron mediante un plan único y con sus relaciones bien estudiadas, dejando amplio margen a la especulación sobre los métodos administrativos. El aparato central de la economía, la Junta Central de Planificación, no cumplió su tarea de conducción y no la podía cumplir, pues no tenía la autoridad suficiente sobre los organismos, estaba incapacitada para dar órdenes precisas en base a un sistema único y con el adecuado control y le faltaba imprescindible auxilio de un plan perspectivo. La centralización excesiva sin una organización perfecta frenó la acción espontánea sin el sustituto de la orden correcta y a tiempo. Un cúmulo de decisiones menores limitó la visión de los grandes problemas y la solución de todos ellos se estancó, sin orden ni concierto. Las decisiones de última hora, a la carrera y sin análisis, fueron la característica de nuestro trabajo.

La tercera causa, muy importante, es la falta de conocimientos técnicos suficientemente desarrollados como para poder tomar decisiones justas y en poco tiempo. Al no poder hacerlo, deben reunirse muchas experiencias de pequeño valor y tratar de extraer de allí una conclusión. Las discusiones suelen volverse interminables, sin que ninguno de los expositores tenga la autoridad suficiente como para imponer su criterio. Después de una, dos, unas cuantas reuniones, el problema sigue vigente hasta que se resuelva por sí solo o hay que tomar una resolución cualquiera, por mala que sea.

La falta casi total de conocimientos, suplida como dijimos antes por una larga serie de reuniones, configura el "reunionismo", que se traduce fundamentalmente en falta de perspectiva para resolver los problemas. En estos casos, el burocratismo, es decir, el freno de los papeles y de las indecisiones al desarrollo de la sociedad, es el destino de los organismos afectados.

Estas tres causas fundamentales influyen, una a una o en distintas conjugaciones, en menor o mayor proporción, en toda la vida institucional del país, y ha llegado el momento de romper con sus malignas influencias. Hay que tomar medidas concretas para agilizar los aparatos estatales, de tal manera que se establezca un rígido control central que permita tener en las manos de la dirección las claves de la economía y libere al máximo la iniciativa, desarrollando sobre bases lógicas las relaciones de las fuerzas productivas.

Si conocemos las causas y los efectos del burocratismo, podemos analizar exactamente las posibilidades de corregir el mal. De todas las causas fundamentales, podemos considerar a la organización como nuestro problema central y encararla con todo el rigor necesario. Para ello debemos modificar nuestro estilo de trabajo; jerarquizar los problemas adjudicando a cada organismo y cada nivel de decisión su tarea; establecer las relaciones concretas entre cada uno de ellos y los demás, desde el centro de decisión económica hasta la última unidad administrativa y las relaciones entre sus distintos componentes, horizontalmente, hasta formar el conjunto de las relaciones de la economía. Esa es la tarea más asequible a nuestras fuerzas actualmente, y nos permitirá, como ventaja adicional encaminar hacia otros frentes a una gran cantidad de empleados innecesarios, que no trabajan, realizan funciones mínimas o duplican las de otros sin resultado alguno.

Simultáneamente, debemos desarrollar con empe o un trabajo político para liquidar las faltas de motivaciones internas, es decir, la falta de claridad política, que se traduce en una falta de ejecutividad. Los caminos son: la educación continuada mediante la explicación concreta de las tareas, mediante la inculcación del interés a los empleados administrativos por su trabajo concreto, mediante el ejemplo de los trabajadores de vanguardia, por una parte, y las medidas drásticas de eliminar al parásito, ya sea el que esconde en su actitud una enemistad profunda hacia la sociedad socialista o al que está irremediablemente re ido con el trabajo.

Por último, debemos corregir la inferioridad que significa la falta de conocimientos. Hemos iniciado la gigantesca tarea de transformar la sociedad de una punta a la otra en medio de la agresión imperialista, de un bloqueo cada vez más fuerte, de un cambio completo en nuestra tecnología, de agudas escaseces de materias primas y artículos alimenticios y de una fuga en masa de los pocos técnicos calificados que tenemos. En esas condiciones debemos plantearnos un trabajo muy serio y muy perseverante con las masas, para suplir los vacíos que dejan los traidores y las necesidades de fuerza de trabajo calificada que se producen por el ritmo veloz impuesto a nuestro desarrollo. De allí que la capacitación ocupe un lugar preferente en todos los planes del Gobierno Revolucionario.

La capacitación de los trabajadores activos se inicia en los centros de trabajo al primer nivel educacional: la eliminación de algunos restos de analfabetismo que quedan en los lugares más apartados, los cursos de seguimiento, después, los de superación obrera para aquellos que hayan alcanzado tercer grado, los cursos de Mínimo Técnico para los obreros de más alto nivel, los de extensión para ser subingenieros a los obreros calificados, los cursos universitarios para todo tipo de profesional y, también, los administrativos. La intención del Gobierno Revolucionario es convertir nuestro país en una gran escuela, donde el estudio y el éxito de los estudios sean uno de los factores fundamentales para el mejoramiento de la condición del individuo, tanto económicamente como en su ubicación moral dentro de la sociedad, de acuerdo con sus calidades.

Si nosotros logramos desentra ar, bajo la mara a de los papeles, las intrincada relaciones entre los organismos y entre secciones de organismos, la duplicación de funciones y los frecuentes "baches" en que caen nuestras instituciones, encontramos las raíces del problema y elaboramos normas de organización, primero elementales, más completas luego, damos la batalla frontal a los displicentes, a los confusos y a los vagos, reeducamos y educamos a esta masa, la incorporamos a la Revolución y eliminamos lo desechable y al mismo tiempo, continuamos sin desmayar, cualesquiera que sean los inconvenientes confrontados, una gran tarea de educación a todos los niveles, estaremos en condiciones de liquidar en poco tiempo el burocratismo.

La experiencia de la última movilización es la que nos ha motivado a tener discusiones en el Ministerio de Industrias para analizar el fenómeno de que, en medio de ella, cuando todo el país ponía en tensión sus fuerzas para resistir el embate enemigo, la producción industrial no caía, el ausentismo desaparecía, los problemas se resolvían con una insospechada velocidad. Analizando esto, llegamos a la conclusión de que convergieron varios factores que destruyeron las causas fundamentales del burocratismo; había un gran impulso patriótico y nacional de resistir al imperialismo que abarcó a la inmensa mayoría del pueblo de Cuba, y cada trabajador, a su nivel, se convirtió en un soldado de la economía dispuesto a resolver cualquier problema.

El motor ideológico se lograba de esta manera por el estímulo de la agresión extranjera. Las normas organizativas se reducían a se alar estrictamente lo que no se podía hacer y el problema fundamental que debiera resolverse; mantener la producción por sobre todas las cosas, mantener determinadas producciones con mayor énfasis aún, y desligar a las empresas, fábricas y organismos de todo el resto de las funciones aleatorias, pero necesarias en un proceso social normal.

La responsabilidad especial que tenía cada individuo lo obligaba a tomar decisiones rápidas; estábamos frente a una situación de emergencia nacional, y había que tomarlas fueran acertadas o equivocadas; había que tomarlas, y rápido; así se hizo en muchos casos.

No hemos efectuado el balance de la movilización todavía, y, evidentemente, ese balance en términos financieros no puede ser positivo, pero sí lo fue en términos de movilización ideológica, en la profundización de la conciencia de las masas. Cuál es la ense anza? Que debemos hacer carne en nuestros trabajadores, obreros, campesinos o empleados que el peligro de la agresión imperialista sigue pendiente sobre nuestras cabezas, que no hay tal situación de paz y que nuestro deber es seguir fortaleciendo la Revolución día a día, porque, además, ésa es nuestra garantía máxima de que no haya invasión. Cuanto más le cueste al imperialismo tomar esta isla, cuanto más fuertes sean sus defensas y cuanto más alta sea la conciencia de sus hijos, más lo pensarán; pero al mismo tiempo, el desarrollo económico del país nos acerca a situaciones de más desahogo, de mayor bienestar. Que el gran ejemplo movilizador de la agresión imperialista se convierta en permanente, es la tarea ideológica.

Debemos analizar las responsabilidades de cada funcionario, establecer lo más rígidamente posible dentro de causas, de los que no debe salirse bajo pena de severísimas sanciones y, sobre esta base, dar las más amplias facultades posibles. Al mismo tiempo, estudiar todo lo que es fundamental y lo que es accesorio en el trabajo de las distintas unidades de los organismos estatales y limitar lo accesorio para poner énfasis sobre lo fundamental, permitiendo así más rápida acción. Y exigir a nuestros funcionarios, establecer límites de tiempo para cumplir las instrucciones emanadas de los organismos centrales, controlar correctamente y obligar a tomar decisiones en tiempo prudencial.

Si nosotros logramos hacer todo ese trabajo, el burocratismo desaparecerá. De hecho no es una tarea de un organismo, ni siquiera de todos los organismos económicos del país; es la tarea de la nación entera, es decir, de los organismos dirigentes, fundamentalmente del Partido Unido de la Revolución y de las agrupaciones de masas. Todos debemos trabajar para cumplir esta consigna apremiante del momento: Guerra al burocratismo. Agilización del aparato estatal. Producción sin trabas y responsabilidad por la producción.

Homenaje a Pierre Vilar en Barcelona

Roger Pascual
publicado en El Periódico de Catalunya, el 9 de septiembre de 2004

El Ayuntamiento acoge la primera de las tres jornadas de recuerdo del historiador francés. Barcelona rinde homenaje a la vida y obra de Pierre Vilar

A las puertas de una de las diadas más controvertidas de los últimos años, el Ayuntamiento de Barcelona, en colaboración con la revista L'Avenç, abrió ayer los actos de homenaje a Pierre Vilar, autor de Catalunya dins l'Espanya moderna e historiador que, según él mismo afirmaba, "había trabajado para demostrar que la autodeterminación de Catalunya tiene históricamente una base real".

Cerca de un centenar de personas se dieron cita en el Saló de Cròniques del consistorio para mostrar su admiración por el intelectual francés, que falleció el 7 de agosto del año pasado. El heterogéneo grupo incluía desde ancianas como Mercè que, a sus 86 años, loaba el gran apoyo que había supuesto para Catalunya el historiador "en unos tiempos tan difíciles como los del franquismo", hasta jóvenes como Mónica, estudiante de historia de 26 años, que aseguraba que en la Universitat de Barcelona --de la que Vilar era doctor honoris causa-- este pensador era "uno de los autores más citados" por un profesorado que le aceptaba como gurú.

"Vilar nos permitió pensar e historiar sin complejos", reconoció el concejal de Cultura, Ferran Mascarell, que se encargó de iniciar el acto. Mascarell, uno de los fundadores de L'Avenç, publicación que tenía a Vilar como historiador de cabecera, afirmó que muchos intelectuales aprendieron, gracias a obras como Catalunya dins l'Espanya moderna, a aparcar "los tics románticos" y, siguiendo al ganador de la Medalla d'Or de la Generalitat , "pensar el pasado, para construir el futuro".

El portavoz del gobierno municipal aprovechó su intervención para anunciar que este "hombre que nos ayudó a entendernos" tendrá una calle en Barcelona. Una ciudad que visitó por primera vez en 1927, en la que vivió durante seis años (1931-136) y en la que conoció a su primera esposa, Gabriela Berrogain, con la que tuvo a su único hijo, Jean.

HISTORIAR AL HISTORIADOR

Dos profesores de la Universitat de Girona, Rosa Congost y Xavier Torres, se encargaron de perfilar la figura académica de Vilar. Congost, que en Pensar históricament fue los ojos de Vilar (el historiador perdió la visión en 1991), versó sobre el salto de la geografía a la historia del ganador del premio Ramon Llull. Por su parte, Torres destacó que Vilar había legado "una nueva narrativa de la nación", que, en el plano simbólico, "oponía a la Juana de Arco de Ernest Lavisse, la botiga y la barca, el pescado salado y el aguardiente". La gran virtud, para Torres, de este devoto marxista fue demostrar que la dialéctica Catalunya--Castilla no era producto de "un choque de espíritus" sino de "la reacción de una Catalunya próspera contra una España en decadencia".